Tomado de: García, Mauricio. “El Parque Hotel”. MTOP. Trazabilidad de la Obra Pública. Montevideo: Ministerio de Transporte y Obras Públicas. Facultad de Arquitectura, Universidad de la República, 2014.
El actual Edificio Mercosur surge del reciclaje del antiguo Parque Hotel, un edificio emblemático de la ciudad de Montevideo que se terminó de construir en 1909 frente a la playa Ramírez, entonces conocida como playa de La Estanzuela.
Fue concebido como un sofisticado establecimiento dedicado al consumo del ocio y el esparcimiento, propuesta que, si bien emulaba a los hoteles de la costa francesa, resultaba aquí totalmente novedosa. Incluía, además de un hotel de playa, un salón de fiestas, un restorán y un casino, pero ofrecía sobre todo un aura de lujoso esplendor, buscando atraer a un público acaudalado.
Por sus fiestas, por sus desfiles de carnaval, por representar lo más glamoroso de la sociedad de su época, el Parque Hotel ocupó una posición relevante en el imaginario social. Su éxito en aquellos primeros años nos permite entrever muchas de las ambiciones, los gustos y los valores de los montevideanos de entonces, una sociedad optimista que, inmersa en un período de auge económico y en las rápidas transformaciones que imponía la modernidad, creía poder alcanzar una prosperidad ilimitada.
No solo las mutaciones en las estructuras productivas modelan el territorio, los cambios culturales también lo hacen. Hasta la segunda mitad del siglo XIX los montevideanos se habían mostrado mayormente indiferentes ante ese mar tan próximo. La Estanzuela era por entonces un paraje casi desolado, caracterizado por la presencia de las instalaciones del Saladero Ramírez, la explotación del área como cantera y el deambular de las criadas que iban a lavar la ropa a las abundantes cañadas y pozos de agua existentes. Entonces se convirtió en destino de excursionistas, luego los baños de mar se pusieron de moda, y cambió definitivamente cuando fue utilizada como escenario para el intercambio social por las clases acomodadas, quienes legitiman las nuevas prácticas.
Aprovechando y propiciando este proceso una serie de intervenciones transformarán paulatinamente el paisaje y el carácter de la zona. En primer término la empresa del Tranvía Oriental creó en 1871 el Balneario Ramírez, una sucesión de habitaciones que, levantadas sobre pilotes de madera, parecían levitar sobre el lecho del río. En función del éxito del emprendimiento luego fueron complementadas por unos carros tirados por mulas que introducían a sus ocupantes varios metros dentro del agua, donde podían recrearse protegidos de las miradas indiscretas.
Más adelante, tras la crisis económica de 1890, la Junta Administrativa adquirió terrenos sobre la Playa Ramírez y decidió destinarlos a crear un parque público inspirado en los modelos franceses. Si bien el Parque Urbano, actual Parque Rodó, fue inaugurado oficialmente en 1901, las obras de embellecimiento y el plantado de árboles durarían hasta fines de la década siguiente. Entre 1903 y 1904 comenzó la construcción del lago artificial, que incluyó islotes y puentes que simulaban ser rústicos; sobre sus bordes, en recodos especialmente concebidos, se construyeron un castillo y un pabellón para la música. Según los usos del pintoresquismo el paisaje se concibió como ficción, se creó una secuencia narrativa en la que singularidades arquitectónicas o pseudonaturales jalonan el recorrido del paseante. En este caso se incorporó también al borde costero que, hasta la construcción de la rambla, aparecía totalmente integrado con el parque.
El terreno donde se construyó el Parque Hotel también pertenecía al legislativo comunal y la intención de construir allí un hotel con casino aparece ya incorporada en el proyecto del Parque Urbano realizado por Montero y Paullier, en 1905. Esto pone en evidencia que no fue concebido de forma independiente sino como una operación complementaria del parque recién creado, que permitiera sacar partido de este paisaje singular y ayudara a su vez a calificarlo, activándolo.
La construcción del edificio estuvo a cargo del arquitecto Guillermo West aunque, según relatan las crónicas, se basó en un proyecto del arquitecto francés Pierre Lorenzi venido especialmente a tales efectos. Por sus dimensiones, por su emplazamiento, pero también por su forma, el Parque Hotel se transformó automáticamente en una referencia visual del paisaje costero. La composición se organizó a partir de dos cuerpos bien diferenciados: un volumen principal simétrico, ubicado frontal al río, que contenía el hotel propiamente dicho, y un segundo volumen más complejo, que se orienta a la calle Pablo de María y resuelve la transición con el parque, allí es donde se ubicó el casino. Se destacan particularmente las torres que flanquean el acceso y rematan el cuerpo principal en las esquinas, arbitrio que permitió, además de ocultar los tanques de agua, articular la volumetría y dirigir la vista en una mirada ascendente.
La distribución funcional era bastante simple. En el subsuelo se ubicaban las dependencias de servicio y los alojamientos del numeroso personal que acompañaba a los casi aristocráticos visitantes. La planta baja contenía el casino, las áreas de recepción, el salón de fiestas y el salón comedor, ambos de gran tamaño. Una extensa terraza vinculaba el hotel con el paisaje circundante y permitía disfrutar de actividades al aire libre los días de buen clima. Los servicios del hotel se prolongaban hacia la playa proporcionando carpas, agua caliente, bar y toallas a los bañistas. En los pisos superiores estaban las habitaciones ubicadas en el perímetro de un espacio de distribución central para asegurar que todas se vincularan al exterior.
En términos de comunicación el edificio también era simple. El lujo buscaba expresar distinción social complementando la asociación con el placer que el propio desarrollo del programa traía implícito. Una contundente volumetría, y amplios espacios, en los sitios más relevantes se concentraban ricos materiales y una abundante decoración, se contaba también con un magnífico equipamiento traído especialmente desde Europa. Todos los recursos arquitectónicos se desplegaron en función de estos requerimientos primordiales.
El diseño de los elementos decorativos siguió la misma lógica: bajo la mirada integradora del eclecticismo se combinaron con mucha libertad tanto recursos propios de la tradición clásica como del art nouveau, la prestigiosa cultura francesa fue puesta al servicio de una arquitectura criolla focalizada en el puro efecto.
En la segunda década del siglo XX culminaría la primera etapa en la historia de este edificio. La situación económica y el rumbo político estaban cambiando, el Estado aumentaba sus facultades pasando a intervenir en ámbitos antes reservados para actores privados. En ese contexto el municipio montevideano, en busca de nuevos recursos, adquirió en 1915 el Parque Hotel y el Hotel Casino Carrasco.
Con el paso del tiempo también la estructura física se transformó: dos intervenciones de importancia ampliaron el edificio envolviendo la construcción original y alterando fuertemente su imagen. La primera, que se realizó en 1940, tuvo diversos objetivos. Mediante la incorporación de baños en cada habitación se pretendía adaptar el edificio a los usos y costumbres de la época. Con la sustitución de los techos inclinados en los salones principales se buscó corregir una deficiencia del proyecto original permitiendo iluminar adecuadamente las habitaciones ubicadas en el primer nivel. Mediante el agregado de nuevos volúmenes, uno sobre la calle Pablo de María y otro sobre la calle Luis Piera, se resolvió el espacio para alojar nuevas actividades. También se renovó parte de la decoración interior incorporando elementos del repertorio art decó muy populares en aquel momento. La segunda intervención se realizó en 1960 agregando sobre la calle Pablo de María dos nuevos volúmenes, que aparecen unificados por un contundente pretil; el primero es una ampliación del casino y, en el segundo, más próximo a la rambla, funciona un bar.
Resulta interesante analizar las estrategias formales utilizadas en estas reformas. En la primera se proyectó una ampliación poco orgánica en relación a las lógicas compositivas del edificio existente pero se intentó mantener la percepción de unidad arquitectónica mediante la utilización de un lenguaje similar al original. En el segundo caso tal prurito no se consideró necesario y la ampliación se resolvió mediante volúmenes puros de lenguaje moderno. La fractura es tal que resulta muy difícil no percibir dos edificios independientes. Tal actitud era predominante en los arquitectos modernos cuando tenían que intervenir en edificios existentes. Recurrían a lenguajes propios de su época aunque implicaran negar radicalmente el soporte histórico.
En ninguno de los dos casos se intentó incorporar con sensibilidad nuevos valores al edificio sino que se resolvieron con poca perspectiva y recursos acotados demandas puntuales y coyunturales. Mientras tanto, el surgimiento de propuestas turísticas más atractivas y malas administraciones fueron sumiendo al Parque Hotel en un prolongado declive. Hallándose muy deteriorado por la ausencia de mantenimiento, este edificio terminó alojando una decadente variedad de actividades poco calificadas.
En este estado se encontraba cuando, en 1975, el Año de la Orientalidad, la Comisión de Patrimonio promovió que fuera declarado Monumento Histórico Nacional junto con otros numerosos bienes. Este impulso de fervor historicista no implicó que se intentara revertir su proceso de deterioro.
Un plan consistente de recuperación se llevaría adelante recién en 1997 cuando la Intendencia Municipal de Montevideo, asumiendo que la utilidad del edificio se había reducido casi exclusivamente a la explotación del casino, decidió ceder el Parque Hotel al Poder Ejecutivo para instalar allí la Secretaría Administrativa del Mercosur. A partir de entonces se realizaron las transformaciones que definieron el estado actual del edificio, se restauraron algunos sectores y se transformaron otros para adaptarlos a sus nuevas funciones, se crearon salas de plenarios, salas de prensa y las antiguas habitaciones pasaron a ser oficinas para los distintos servicios de la institución.
Esta vez, a diferencia de lo ocurrido en las instancias anteriores, se intentó ser cuidadoso en la conservación de los valores existentes. Sin embargo, la lógica de la actuación trasciende la mera restauración y se combinan operaciones que tienden a la mímesis con otras, que generan un fuerte contraste con el original. En este sentido, se destaca la incorporación de una marquesina metálica que enfatiza el acceso principal. En este detalle, si bien pueden percibirse reminiscencias de arquitecturas francesas del siglo XIX por su forma y materialidad, queda en evidencia su actualidad. Esta actitud está en consonancia con los cambios que se produjeron en la cultura arquitectónica local cuando, tras la crisis ideológica de la modernidad, surge una nueva concepción del patrimonio a la luz de una historiografía culturalista.
Ver además:
Castellanos, A. Historia del desarrollo edilicio y urbanístico de Montevideo 1829-1914. Montevideo: Junta Departamental de Montevideo Biblioteca J. Artigas, 1971.
Giuria, J. La arquitectura en el Uruguay, Tomo I. Montevideo: Imprenta Universal, 1955.
Lucchini, A. Ideas y formas en la arquitectura nacional. Montevideo: Nuestra Tierra nº 6, 1969.