El proyecto iniciado en la década del 30 fue impulsado directamente por el doge (duque) Andrea Gritti y se inscribe dentro de la misma lógica que dio nacimiento a la reordenación de la Piazza San Marco, que también contó con el trabajo del Sansovino.
La iglesia de los franciscanos debía cumplir, al menos, con un par de objetivos: por un lado erigirse en el mausoleo del doge y de su círculo más cercano; por otro, contribuir a la renovación urbana introduciendo novedad a la par que refirmando la tradición o sus mitologías. El organismo geométricamente controlado, proporcionado y de netas referencias al pasado clásico aporta la cuota de modernidad correspondiente a la arquitectura de la “manera romana”, y Sansovino procedía de Roma. Y por otro lado el edificio se levanta en el sitio donde San Marco, patrono de la ciudad, habría pernoctado -según la leyenda- a su regreso de Aquilea; y en este mismo lugar habría tenido la visión de una ciudad “magnífica” e “insuperable” con la que Venezia se identificaba. La novedad trae al presente el mito fundacional y sólo se proyecta al futuro en tanto pasado, este es el sentido de las operaciones de renovación urbana impulsadas por Gritti.
En uno de los predios vecinos se encuentra el Palazzo Gritti, edificado antes de su asunción como doge y difícilmente reconocible debajo de la austeridad de su tratamiento exterior. Entre los aspectos a conservar del mito veneziano está el de la República; y en plena crisis la ciudad promulga la ley contra el derroche y la ostentación privadas; las intervenciones edilicias particulares debían conservar una austeridad capaz de no poner en tela de juicio la jerarquía de lo colectivo y la vigencia del mito republicano, que siempre es -además- contestación a Roma. La austeridad exterior de la iglesia y de algunas capillas interiores es igualmente análoga.