Información Histórica: En el año 1828, el arquitecto Heinrich Hubsch publicó un folleto que llevaba por título ¿Con qué estilo hemos de construir? En él presentaba la tesis de que sería imposible “plasmar nuevas formas bellas para el arte de la construcción”. Sin embargo, en la composición de las formas, en la “composición de las partes... hay algo peculiar”.
En estas palabras está contenido el malestar del siglo XIX. Ya el arte alemán de la construcción de la época romántica, después de Friedrich Gilly, desistió de crear un concepto cerrado en el cual tanto él todo como las partes estuvieran sellados por una ley común. De la combinación de elementos tomados de la antigüedad o del gótico surgió, sin embargo, en realidad, una nueva situación estilística. El Romanticismo Alemán conoció ya la alineación ilimitada de distintas formas, la ausencia de ejes dominantes, la disposición fluida de los espacios, la compenetración recíproca del espacio libre y de la arquitectura, y ya tuvo en cuenta los corrimientos y superposiciones ópticos producidos por el movimiento del observador. No es casual el enlace entre Mies van der Rohe y los proyectos de casas campestres de Schinkel. La obra, a sido asociada, de un modo abusivo, a la arquitectura del Príncipe, si es que no enaltecida, como aconteciera bajo el nacionalsocialismo, a símbolo del Poder.
Información Arquitectónica: La obra más conocida y mejor lograda de Schinkel, fue realizada para exponer las colecciones públicas que estaban en los castillos. Coetánea de la Gliptoteca de Munich y del British Museum. De características neogriegas, en el no llama tanto la atención el orden jónico gigante de su columnata, considerada por algunos poco original (sobre todo si tenemos en cuenta proyectos recientes de Ledoux, Durand o A. T. Brongniart) cuanto esa maestría en la articulación del Museo como un organismo clásico cuyas partes guardan una interdependencia tal que no pueden ser alteradas en lo esencial si malograr el conjunto. La planta clara y simple, retoma la tipología de un museo, de Durand (1802/1809). Pero la síntesis alcanzada en la rotonda central y en la escalera de acceso es tan brillante que apaga el recuerdo de la rotonda distributiva y circulatoria de sus modelos; ahora, además de cumplir tales funciones se transforma en un espacio expositivo, relicario de los tesoros escultóricos de la antigüedad y del renacimiento, un centro simbólico de todo el museo, inspirado en el Panteón, pero redefinido gracias al círculo de columnas en la primera planta y el espacio abierto hacia la cúpula de la segunda. Más sorprendente es la escalera, lugar de encuentro del espacio externo e interno gracias a la doble pantalla de columnas y a la plataforma de la segunda planta, concebida como un hall de visión urbana.
La armonía de su volumen cúbico y elemental, suavemente alterada por la elevación de la rotonda o el encuadre de la escalera, es deudora de la tradición iluminista ya señalada. La contemplación de estas arquitecturas muestra que Schinkel, tanto bajo el pacto del doricismo como debido a la impronta de las concepciones de Winckelmann y Goethe, asume la arquitectura griega como modelo, se opone siempre a su imitación esclava y arqueológica, enfrentándose así al clasicismo dogmático que defendiera su maestro A. Hirt (La arquitectura según los principios de los antiguos, 1809).
Podríamos sospechar, incluso, que la elección estilística no solo viene dictada por la seducción de la arquitectura griega como modelo por imitar, sino también por las exigencias propias, por el carácter de estos edificios de representación. Por lo demás, la insinuada asociación, si es que no aviesa identificación, con la arquitectura nazi, pasa por alto las abultadas diferencias figurativas o espaciales pero, sobre todo, aquello que más sorprende a quien las contempla, a saber, la escala realmente modesta si las comparamos a las fábricas barrocas circundantes, la renuncia a toda pretensión de imponerse en el espacio urbano, la aversión a la megalomanía de neoclasicismos tardíos que bien pudieran haber servido de invitación a las exaltaciones totalitarias ulteriores. No obstante Schinkel, sospechoso de connivencia con el príncipe desde su puesto de funcionario en la corte, ha sido víctima, como también sucediera a Schiller o a Goethe, del enaltecimiento político de la “herencia germánica”, de “ser alemán”.Schinkel, por otra parte, usufructúa con la “naturalidad” propia de su época, los restos de lenguaje clásico, aunque los órdenes todavía invocados ya no constituyen para él la escénica de la arquitectura. El clasicismo en cuanto lenguaje quedará sometido, por lo tanto, a las tensiones de la “mezcla” y de la esencialización o tamizado a través de una interpretación iluminista que aprovecha por igual el rigorismo doricista como la herencia de Ledoux y Durand, o romántica, que se deja contaminar por lo “pintoresco” y lo vernáculo.
Fuente: Guía 2009