La casa Norman Fisher, obra de la madurez de Louis Kahn, se levanta sobre un terreno que desciende suavemente desde la ruta de acceso hasta encontrar su límite natural en un pequeño curso de agua. La vivienda está compuesta por tres prismas de madera, aproximadamente cúbicos, apoyados sobre un basamento de piedra. Los dos mayores, análogos aunque no idénticos, contienen respectivamente los espacios colectivos e íntimos, mientras que el tercero, bastante menor, completa la composición ofreciendo espacio para la sala de calderas y un pequeño depósito.
Una articulación geométrica de recursos sencillos y efectivos, regula con precisión la ubicación de cada elemento: dos cubos girados en frágil contacto a través de una simple arista. La presencia de los dos volúmenes principales evidencia la estructura binuclear de la vivienda. El sector del ingreso y los dormitorios se distribuye en dos niveles mientras que la mitad correspondiente a las actividades de relación se desarrolla a doble altura. Los servicios correspondientes se integran a cada una de las áreas. Solo basta entonces, que la arista del primer cuerpo profundice su contacto y se encastre en una de las caras del segundo, para asegurar la continuidad de uso del espacio interior.
La contención formal del exterior se traslada a la definición de los espacios interiores de la vivienda, cuya mayor expresividad converge en la resolución del rincón del fuego del estar, junto a la ventana en ángulo abierta al jardín posterior. Esto es así a tal punto que la casa puede incluso entenderse como concebida para otorgar sentido último a la aparición de esta exquisita “ventana habitada”, herencia y síntesis de tradiciones espaciales que, a lo largo de la historia, han afirmado innumerables propuestas de microambientes vinculados al fuego y la ventana.
Texto: Aníbal Parodi Rebella