A pesar de que su exterior parece inequívocamente “danés” en su simplicidad y sobriedad -se dice que recuerda a muchos de los edificios agrarios tradicionales de la zona-, el momento decisivo del proyecto de esta iglesia se produjo muy lejos de allí, en el remoto Hawai, donde Utzon se encontraba dando clases tras su prematura salida del proyecto de la Ópera de Sydney. Tumbado en la playa, se fijó en una sucesión regular de nubes cilíndricas desplazándose por el firmamento: su forma le pareció perfecta para el techo de su nuevo encargo.
Fue, como ocurre tan a menudo en tales episodios de inspiración, un caso de suerte propiciada por una mente predispuesta. El interior iluminado cenitalmente del Banco Melli, en Teherán, proyectado por Utzon un década atrás, tenía una estructura de cubierta de placas curvas cuyo efecto comparaba al Sol asomándose entre un banco de nubes. Tras la imposibilidad de poner en práctica su idea de una estructura de cáscara delgada en la Ópera de Sydney, Utzon estaba decidido a demostrar aquí su potencial: las superficies ondulantes sugeridas por las nubes resultaban ideales y, al igual que en los techos acústicos no realizados de la Ópera, éstas fueron racionalizadas hasta adoptar la forma de secciones cilíndricas de radio variable.
Para la planta, Utzon no tomó como referencia las iglesias cristianas, sino los templos budistas chinos. Al estar el emplazamiento limitado a lo largo de sus lados más largos por una importante avenida y un aparcamiento, una secuencia de salas introvertidas y patios íntimos enmarcados por galerías similares a las de un claustro pareció la solución ideal para garantizar la tranquilidad y el retiro necesario. En contraste con la forma aparentemente libre de los voluptuosos techos, Utzon desarrolló un sistema constructivo ortogonal tan simple como un juego infantil. Pares de pilares, unidos en sus extremos superiores por vigas de canto variable, enmarcan los pasillos de la anchura constante revestidos con paneles pre - fabricados de hormigón y protegidos por unas diminutas cubiertas de vidrio inclinadas.
El resultado pareció para muchos demasiado similar a un granero, demasiado industrial, pero Utzon juzgaba totalmente apropiado que, al igual que en el gótico europeo, una iglesia se construyera mediante el refinamiento de las últimas técnicas constructivas y no de modo anacrónico volviendo a las tradiciones artesanales. Los paneles de hormigón se realizaron con mármol triturado como árido y el resultado, de manera más notable en el interior, es de una intensa y casi etérea blancura. El perfil de las bóvedas interiores se señala sutilmente por el revestimiento exterior mediante una serie de piezas cerámicas esmaltadas similares a las empleadas en la Ópera de Sydney: al reflejar el cielo, insinúan los origines celestiales de los que encierra su interior.
El acceso a la Iglesia se realiza a través de unos porches poco profundos con cerramiento de vidrio. Una vez en el interior, la única luz que penetra en los corredores es cenital: la Iglesia carece de ventanas, ni siquiera hacia los patios. La transición entre la columnata perimetral y el espacio principal es abrupta, mucho más de lo que las relativamente modestas dimensiones de la Iglesia podrían sugerir.
La belleza y la fuerza del espacio residen no sólo en el juego exquisito de la luz a través de las superficies blancas, al que el acabado mate uniforme del mobiliario de madera hace aún más expresivo, sino también en que el techo no sea un mero juego formal, sino que constituya la propia estructura del edificio, sobre el que se apoya la cubierta ligera exterior. Utzon lo resumió a la perfección: “uno tiene la seguridad de que lo que hay por encima de su cabeza está construido y no sólo diseñado”.
Extraído de: WESTON. Richard. Plantas, secciones y alzados: edificios clave del siglo XX. Gustavo Gili, 2005 página 158.
(Traducción de Guillermo Landrove)