La clásica y onírica expresión que surgió en Italia al finalizar la primera guerra mundial fue a la vez, el complejo punto de partida del desarrollo del racionalismo italiano, y el legado de la polémica futurista anterior a la guerra.
El “Gruppo 7”, cuyos integrantes se graduaron en el Politécnico de Milán, liderado por Terragni, buscaba conseguir una síntesis nueva y más racional entre los valores nacionalistas del clasicismo italiano y la lógica estructural de la era de la máquina. El grupo mostró simpatía por la Deustche Werkbund y por los constructivistas rusos, aunque otorgaba mayor importancia la reinterpretación de la tradición que a la modernidad en sí.
Las primeras obras de Terragni muestran sin embargo preferencias por las composiciones basadas en temas industriales, evidenciando la fuerte influencia de Le Corbusier. Su influencia pronto sería socavada por las fuerzas de la reacción cultural. En el “Informe a Mussolini sobre la arquitectura” se declara que la arquitectura racionalista era la única expresión autentica de los principios revolucionarios fascistas.
El predominio de los racionalistas durará poco ya que la Unión Nacional de Arquitectos liderada por Piacentini va a declarar que la arquitectura racionalista era incompatible con las exigencias del fascismo, proponiendo un ecléctico Stilo Littorio como modalidad oficial del Partido. Las directrices de Piacentini en la Universidad de Roma establecían, a través de la repetición de elementos simples, los rudimentos de la actitud oficial fascista. Aunque nadie del “Gruppo 7” trabajaba en la Universidad, tres edificios del equipo de Picentini delatan afinidad a la arquitectura racionalista: La escuela de Matematicas de Gio Ponti, el edificio de Mineralogia de Michelucci y sobre todo el instituto de Física de Pagano. A mediados de los años treinta la autentica arquitectura racionalista varió ampliamente desde la altamente intelectual de Terragni hasta el insulso estilo internacional del efímero grupo Comasco (Casa del Artista 1933, V Trienal de Milan).
El racionalismo italiano entraría en declive a mediados de los años treinta. Solo Terragni logra mantener la intensidad intelectual del enfoque racionalista con la preocupación por la integración total de la forma conceptual, estructural y simbólica. Luego de 1936 las dificultades políticas y culturales aumentan y serán compensadas con las aspiraciones de Adriano Olivetti, quien revelara su preocupación por la contribución del diseño moderno al avance industrial.
La finalización del edificio del Sindicato Fascista en Como 1943, coincide con las muertes prematuras y todavía algo misteriosas de Terragni y Cattaneo. Aunque sus muertes pusieron un brusco punto final al movimiento, sus obras todavía atestiguan sus esfuerzos por realizar un lugar ideal para una sociedad racionalmente organizada y culturalmente sin clases.
“Desde el punto de fuga de la muerte a destiempo, la figura del arquitecto crece en la distancia, desembarazada del equipaje grave de la historia, y sus obras adquieren la pátina intemporal de la pintura metafísica. Pero no es en De Chirico, sino en la desolación indiferente de los lienzos de su ocasional colaborador, el gran pintor Mario Sironi, donde sus construcciones encuentran un eco de empatía dolorosa, incapaz de segregar la obra de las ideas que la impulsaron y el tiempo que la alumbró. Terragni fue, es cierto, fascista, como fueron comunistas tantos otros arquitectos modernos que asociaron el nuevo orden racional con las auroras totalitarias. La gran arquitectura, a fin de cuentas, no fue nunca incompatible con el despotismo, y los valores éticos o políticos de la democracia se sitúan, hélas!, en una esfera muy distinta y distante de la excelencia artística.” Luis Fernández Galiano.