Frank GHERY

  • Ciudad natal: Toronto
  • 1929-02-28

En sus dibujos, la enredada madeja de la línea teje las formas, que emergen de ese hilo confuso como la labor da las agujas. Las geometrías de la arquitectura cristalizan en una niebla incierta; el arquitecto muele el papel con la pluma, y de ese esfuerzo denodado y pertinaz surgen en el mortero grafico prismas que evocan los cristales de una geoda. Esas formas azarosas y exactas serán después maquetas cien veces alteradas, carpinterías brutales y elegantes, estenografías efímeras o permanentes, edificios en fin. El hijo de Goldberg y de Calanski, el niño judío de un barrio de Toronto, transito desde la adolescencia canadiense a la juventud californiana, y de la ferretería de su abuelo al camión de reparto de su primo en Los Angeles y el Hollywood aun mítico de los primeros cincuenta. En la arquitectura, eran los años de John Entenza y las Case Study Houses; el joven estudiante de cursos nocturnos enredaría sus pasos con algunos de los protagonistas de aquel momento, Raphael Soriano o Julius Schulman, y la California que veneraba a Schindler y a Neutra acabaría haciéndose arquitecto.

Dice Francois Truffaunt, refiriéndose a Jean Vigo, que la carrera de cualquier cineasta está presente ya en sus primeros cincuenta metros de película. Si eso es así, los primeros cincuenta metros de Gehry fueron la casa y estudio que construyo en 1964 para el diseñador grafico Lou Dantzinger, en Melrose Aveneu.

En esta obra primera están ya los materiales vulgares, la fragmentación volumétrica, la manipulación magistral de la Donald Judd, ese cajón encierra a la vez el pragmatismo americano y la tensión despojada de las vanguardias de la Mitteleuropea.

Tras esa caja opaca y póvera, trivial y refinada, de un hermetismo exquisito y anónimo, tan fuerte y silenciosa como una pieza de Serra, la arquitectura de Gehry exploraría otros registros, del bodegón a la Morandi a un expresionismo Merz, pero siempre en sintonía con una ciudad mudables, vulgar y excesiva, que ha dado al arquitecto tanto como ha recibido de él. Con un estudio que es referente permanente en esa ciudad cambiante, que convierte a los clientes en discípulos y a los discípulos en clientes, y por el que han pasado buena parte de los arquitectos jóvenes de más talento, Gehry es inseparable de la fascinación enérgica y caótica de Los Ángeles.

La inmediatez visceral de sus formas expresan las fuerzas que la generan tanto como aquellas que las descomponen. Si Gehry es un sismógrafo, lo es de esos terrenos genésicos que evocan las tensiones del esfuerzo creador con la elocuencia del lienzo o la piedra esculpida. Antes que a la integración de las artes, esas formas aspiran a la homologación de la arquitectura con las artes restantes. Los edificios de Gehry son la manifestación construida de que la arquitectura puede manipularse con los instrumentos y los métodos de otras regiones de la práctica artística.

La arquitectura de Frank Gehry posee un talante similar, animoso y confiado, en un entorno disciplinar y urbano de confusión, desanimo y desconcierto; pero el refugio que nos brinda no es la casas sólida de ladrillo, sino la endeble construcción de paja entrelazada. Frank el tejedor no teme al lobo feroz: sabe de sobra que conseguirá enredarlo en la tela araña de sus madejas de alambre, confundido con sus mascaras tejidas, ahuyentarlo con el aspecto imponente de sus escenografitas textiles, ligeras y tenaces como rostros de mimbre.