La obra de los arquitectos, Jacques Herzog y Pierre de Meuron es una de las más importantes de este final y comienzo de siglo. Nacidos ambos en la ciudad de Basilea (Suiza) en 1950 y formados en la ETH de Zúrich, fueron alumnos del milanés Aldo Rossi.
La deuda de su trabajo con Rossi o Beuys, lo mismo que la interpretación de sus pieles en términos semperianos, quien fue el primero en descubrir la arquitectura como estructura revestida, son lugares comunes que parece inevitable repetir; pero su obra se relaciona también con un ilustre ciudadano de Basilea, el filósofo Friedrich Nietzsche.
La eficacia programática de sus plantas, el extraordinario refinamiento visual de sus fachadas, y sus frecuentes colaboraciones con artistas plásticos han codificado una imagen de sus obras como arquitectura conservadora y artísticamente innovadora; donde se aúna el laconismo de las formas con la elocuencia de la materia. Algunos de estos ropajes simbólicos utilizan iconos cotidianos, desplazados de su lugar habitual y a menudo reiterados en serie, lo que vincula esta arquitectura con las citas populistas de Venturi y las secuencias serigrafiadas de Warhol. Pero más allá de lo guiños americanos, la gravedad esencial de este paisaje de referencias remite a progenitores europeos: Beuys en la materia y Rossi en la forma. Abrieron su oficina en 1978, en las dos décadas que siguieron trabajaron en un centenar y medio de proyectos, con el resultado de veinte o treinta edificios deslumbrantes por su originalidad y perfección, y al menos dos obras maestras absolutas, la cabina de señales de los ferrocarriles suizos y las bodegas Dominus en el valle de Napa en los Estados Unidos.
Los 80: identidad material Al margen de una primera casa azul Klen, el estudio fotográfico Frei puede considerarse el punto de partida de la trayectoria construida de Herzog y de Meuron. Con sus sobredimensionados lucernarios inclinados y sus revestimientos de contrachapado y cartón embreado, esta pieza reclama para la arquitectura una presencia física, que es progresivamente más intensa en los proyectos que jalonan la década de los ochenta: los rugosos paños de mampostería de la casa Tavole; el vibrante tapiz de fundición de los apartamentos de la Schutzenmattstrasse; el cálido forro de roble de las viviendas en la medianera; el robusto corsé de fibrocemento del Almacén Ricola; el delicado perfil traslucido del depósito de locomotoras; el sensual vendaje del centro de señalización ferroviaria; el decorativo velo vítreo del edificio Suva; el sugestivo estampado de hormigón del Centro Deportivo Pfaffenholz; y la serena e ingrávida estructura de la Galería Goetz. Los 90: sustancia simbólica En su condición de revestimiento de formas netas, los materiales y sus cualidades físicas son una fuente de expresión inagotable. Durante la década de los noventa los encargos se multiplican, y el estudio de Basilea depura o amplía experiencias anteriores en una producción que llega a ser autorreferente y deviene plenamente artística: escultura de gran escala en la residencia estudiantil del Campus de Dijon, figuración orgánica en la fábrica y almacén para Ricola en Mulhouse; iconografía irónica en la Biblioteca Universitaria de Eberswalde; plástica quirúrgica en la nueva Tate Gallery londinense; abstracción surreal en la casa de Leymen; juegos perceptivos en los Laboratorios Farmacéuticos de Basilea; elocuencia pictórica en los Estudios de Remy Zaugg; land art en las Bodegas Dominus; diálogos con la memoria industrial en el Museo Kuppersmuhle de Duisburg; y exaltación de la naturaleza y el color en las oficinas comerciales para Ricola en Laufen.
Los 00: explosión planetaria Estos últimos años han contemplado la expansión planetaria de la oficina y la multiplicación acelerada de sus propuestas formales, fieles a una voluntad experimental que podríamos decir que cuanto mayor es la escala de su trabajo, mayor es la diversidad de sus proyectos.