El edificio de la Torre del Agua, de 76 metros de altura, se plantea como una dualidad que aúna dos elementos separados conformando un edificio singular y marcan su perfil: un zócalo, que permite salvar todas las exigencias del terreno (diferencias de nivel, pendientes, la direccionalidad de los recorridos) de 13 metros de altura en su parte más visible y un cuerpo acristalado y transparente cuya condición escultórica en forma de gota de agua lo define como símbolo emblemático.
Este volumen permite tener una doble percepción del edificio, gracias a la transformación que experimenta de su visión diurna, un volumen opaco, a la nocturna, un gran faro luminoso.
Cumple la condición de signo reconocible, hito y emblema de dicha Exposición. Su principal reto era la construcción de un pabellón de exposición en altura, sacando partido a esa característica singular. Su novedad y su atractivo residen en su forma expresiva exterior, de formas sinuosas y fluidas, y en su espacio interior, de gran escala y que se activa mediante un itinerario en doble rampa helicoidal que lo bordea. Todo ello se consigue gracias a una estructura singular de acero y a un tratamiento material novedoso de aluminio y vidrio con protección solar. La transparencia y diafanidad del edificio, así como su altura, lo convierten en un mirador sobre el paisaje, mientras que su definición formal remite a la noción de fluidez.