El Teatro romano había sido «sutilmente» modificado a partir de los trabajos de consolidación y restauro de 1930 y 1978, que sumados a la condición ruinosa del edificio potenciaban el carácter de ruina ficticia, romántica e ideal. El trabajo de Grassi apunta a la recuperación de algunas características originales del teatro, y con ello de sus capacidades críticas: Por un lado, restituir el tipo -es decir, aquellas determinaciones canónicas que van más allá de las excepciones- y por otro, recuperar las condiciones originales de diálogo con la ciudad. El restauro evita toda mímesis, dejando claro la diferencia entre lo original y lo restituido; y a la vez, recupera -filológicamente- lo recuperable; es decir: deja claro no sólo la irrepetibilidad de la solución antigua, sino además la distancia que la separa de la cultura contemporánea, su condición de «monumento» que rescata la propia posibilidad de confrontación.