El Kursaal donostiarra se ubica en el predio «K» de la nueva playa de Zurriola, y su nombre es heredero del antiguo casi no que -según la denominación alemana fue edificado a principios de siglo en este mismo predio. Las dos masas de vidrio emergentes evocan «dos rocas varadas sobre la arena».
Bajo los volúmenes metafóricos, Moneo dispone la sala de congresos (en el menor: 42x35x24) y el auditorio (60x48x27), mientras las oficinas, restaurantes y demás servicios quedan en un zócalo mudo. Buena parte del éxito del proyecto está dado por la so- lución técnica de los cubos: cristal prensado al exterior- leve mente curvado-y policarbonato traslúcido al interno; aseguran las condiciones de confort y ofrecen un aspecto que se amplifica notoriamente en la noche. La envolvente de vidrio opaca encierra un vacío en el que flotan las salas y escaleras revestidas en cedro, una cáscara protectora de un interior que en lo esencial no es otra cosa que el propio vacío.
El agotamiento de la forma arquitectónica como verdad en sí, es la condición general, pero ello no exime del trabajo y la búsqueda arquitectónica, del proyecto, sino que lo remite a su propio y débil poder, el mismo que le dio nacimiento. De ello hablará el propio Moneo en «paradigmas de fin de siglo», un escrito que mantiene una es trecha relación con el proyecto de Donostia. La arquitectura de fin de siglo -dirá Moneo- ha reaccionado según 2 estrategias –la «fragmentación» y la «disolución de la forma»- tendientes ambas a operar en un mundo leído como discontinuo y fragmentado, y que como tal se presenta fluido, carente de forma e inestable, y por lo tanto inaprensible, imposible de representar. Frente a este panorama, Moneo reivindica la compacidad, la simple presencia de la forma sin ningún tipo de nostalgia platónica, sino como estrategia para operar y responder a las condiciones de lugar y a un interior devenido autónomo. En definitiva, compacidad como p sibilidad de pronunciar un discurso aún en la contingencia.