Vivienda Taller Lorieto

Ernesto LEBORGNE
  • Dirección: QUIROGA, HORACIO 6045
  • Fechas inicio-fin: 1964-
  • Programas: VIVIENDA, Taller

Tomado de: ELARQA, núm. 15 (1995).

Esta casa es la única que realizara el arquitecto Leborgne íntegramente, ya que tanto la casa Torres como su vivienda propia son reformas y ampliaciones de construcciones ya existentes. Se trata de un proyecto largamente madurado que alberga un programa a la vez particular –ya que se trata de una vivienda con taller para el artista plástico Mario Lorieto- y sin embargo muy cercano a la sensibilidad del arquitecto. (…)

La vivienda vive hacia su jardín posterior donde el arquitecto saca partido de la especial conformación del terreno (mas ancho que profundo) para crear un paseo que a partir un patio organizado como belvedere, se va descubriendo de a poco (tal como acontece con el acceso a la vivienda Torres o –sobre todo- en el bosque-jardín de la vivienda Leborgne).

La terminación en ladrillo visto de las superficies esta tratada de una manera simple pero sensible. La peculiar textura de este material se encuentra en perfecta armonía con los otros materiales: el granito y la cerámica cocida de los pisos de los patios, el mármol o los elementos –balaustres- de hormigón del belvedere, pero también con los árboles y el resto de la vegetación que es una parte integrante y activa de los proyectos de Leborgne (en este caso se trata de una vegetación mucho más controlada, mas dibujada –el uso de cipreses piramidales con su geometría volumetría lo demuestra-, que los bosques semisalvajes, de crecimiento libre que pueden apreciarse en la vivienda propia i en la casa Torres).


Tomado de: Alemán, L. “De principio a fin”. La Diaria (1 de julio de 2016). Disponible en https://ladiaria.com.uy/articulo/2016/7/de-principio-a-fin/

El contacto entre Ernesto Leborgne y Joaquín Torres García ocurre en 1934 -días después del regreso de este a Uruguay- por mediación del arquitecto Alberto Muñoz del Campo, quien invita y acompaña a Leborgne a la muestra “de un pintor uruguayo muy conocido” (así es como se lo presenta), la primera que realiza en Montevideo. Tiempo después, Leborgne visita al maestro en su casa de Isla de Flores -“fui hasta allí temblando”, confiesa- y compra el primer cuadro que Torres venderá en su tierra -Carguero, una escena portuaria pintada en París en 1927-. Esto da inicio a un lazo fecundo y duradero que se hará extensivo a los hijos y discípulos del artista: desde entonces, el arquitecto asiste a las conferencias del pintor y a menudo conversa con él sobre los temas que lo desvelan. Se fragua así la misteriosa inflexión, el giro rotundo, el nuevo nacimiento: el origen de un modo de hacer irrepetible, que sólo se explica si se apela a la figura mítica del genio, el que se rige por sus propias e ignotas reglas.

La obra de Leborgne crece entonces como un cuerpo unitario y coherente, como una serie de variaciones sutiles sobre el mismo tema. El núcleo es siempre la casa, el hogar, la cueva: el centro del mundo, el recinto donde se ama, se llora y se sueña. El ladrillo y la piedra son la carne y el hueso, la materia. Y el aire es un soplo de eternidad: las obras se instalan fuera del tiempo; calladas, rotundas y ajenas.

Se define así un universo cerrado y opaco, un mundo denso y oscuro que brota de la tierra. Una música acotada y discreta, una elocuente forma de silencio. Una hermosa saga que se inicia con su propia casa (1940) y se cierra con la que proyecta para Mario Lorieto (1960) -y con la reforma de la casa de Augusto Torres, realizada en paralelo-.

En este universo encantado domina el ideario de Torres García, que impone la integración de las artes en una unidad *constructiva+. Así, la arquitectura rodea y abraza las elevadas formas del hacer “inútil”, incorpora el perfume del arte y sus licencias. Y adopta sin velos la iconografía torresgarciana, en un visible homenaje a ese legado. El resultado es un mundo fuera del mundo, que -como la obra de Torres- suspende el pulso del devenir y encarna la fuerza de lo eterno, lejos de la levedad aérea que impone la vanguardia. El arquitecto resuelve o elude el dualismo de ese “espíritu nuevo” que atormenta al pintor -quien prefiere “la olla de barro a la de aluminio; la mesa de madera, pesada y fuerte, a la de cristal y hierro”-: se mueve en un tiempo sin tiempo y apuesta sobre todo a la verdad del discurso arquitectónico. “A mí me gusta que la piedra sea piedra y no que sea laja, y que el ladrillo sea ladrillo y no un revestimiento de plaqueta”, dice Leborgne con firmeza, y hay en esto un reclamo de correspondencia empírica. Pero esa verdad inmediata tiene también vuelo metafísico: irradia el eco de una certeza recóndita, profunda, difusa.


Ver además:

Artucio, L. Montevideo y la arquitectura moderna. Nº 14. Montevideo: Nuestra Tierra, 1971.

IMM, Facultad de Arquitectura. Guía Arquitectónica y Urbanística de Montevideo. Montevideo: Intendencia Municipal de Montevideo. Facultad de Arquitectura, Universidad de la República. Junta de Andalucía, 2008.

Margenat, J.P. Tiempos Modernos arquitectura uruguaya afín a las vanguardias 1940-1970. Segunda Parte. Montevideo: 2013.

Rey, W. Arquitectura moderna en Montevideo (1920-1960)Montevideo: Facultad de Arquitectura, Universidad de la República, 2012.