El diseño del edificio integra en un sólo volumen todos los espacios que corresponden a la Iglesia, las oficinas de la parroquia y la vivienda del sacerdote.
La idea generadora del proyecto fue el situar, dentro de la confusión del entorno urbano, un edifico que marcara un hito y se convirtiera en un testimonio continuo de la función espiritual producida en su interior, y que necesariamente debía extenderse y manifestarse de forma permanente al medio social y urbano cercano.
La intención de unificar, tenía prioridad en la concepción de la edificación, que es larga y estrecha, curvada para adaptarse a la carretera a lo largo de su eje occidental y cortada abruptamente en la cara nor-este. Descrito por el arquitecto como “una explosión, congelada en un instante luego de la detonación”, las protuberancias escultóricas en el extremo norte parecieran que compiten por la luz, y casi siempre se asemejan a una mano señalando el cielo.
El complejo se compone de dos edificios independientes: uno alberga la iglesia, en sentido estricto, y la capilla de diario, en una estructura con grandes pórticos de acero; y el segundo bloque con una estructura de hormigón, se adapta a los cuartos de vivienda y espacios parroquiales. Ambos están unidos por una piel de acero cortén continua que, en su conjunto, crea una pieza que da una imagen de gran unidad y rotundidad.
Las fachadas norte y sur son simétricas, excepto en el edificio de los espacios parroquiales, donde la cara norte de la piel curva de acero forma el acceso principal a la nave. Las zonas más públicas y diariamente ocupadas, dan hacia la Avenida de la Integración, mientras que los dormitorios dan a la calle interior.