Flotando entre el agua y el cielo, a la entrada del antiguo puerto de Marsella, abre sus puertas un nuevo museo nacional, el MuCEM.
Lo más destacado del edificio es su envolvente, formada por una celosía de hormigón de altas prestaciones, armado con fibras de metal, la cual provocará un juego de luces y sombras en su interior. Permitiendo así una luz cambiante y tamizada, acompañada de sombras que desdibujan los rayos de sol en el interior.
Un material que se encuentra en todos los recintos: «Un solo material tiene el color del polvo mate estrellado por la luz, sin brillos ni consumismos tecnológicos, hará, a un tiempo, elogio de lo denso y de lo frágil», explica el arquitecto, algo que se constata no solamente recorriendo el interior del museo sino también cuando el visitante se encuentra entre la malla exterior y el edificio. Aquí, las alas permiten vagar y tener una vista sobre el fuerte Sant-Jean y el mar a la vez que sobre el interior del lugar. Unas rampas de circulación vinculan el interior y el exterior.
La elección tectónica de hormigón excepcional procedente de las últimas investigaciones de la industria francesa, reduciendo las dimensiones un poco más que sólo piel y huesos, afirmará un mineral bajo las altas murallas de Fort Saint-Jean.
Abierto al mar, dibuja un horizonte en el punto en el que confluyen las dos orillas del Mediterráneo. Nunca antes un museo se había dedicado específicamente a las culturas del Mediterráneo, a pesar de la riqueza de estas desde el punto de vista de la historia y la civilización.
Fuente: https://www.plataformaarquitectura.cl/cl/02-266988/escuela-leutschenbach-christian-kerez