Al igual que el Palais de Chaillot, el Palais de Tokio fue construido para la exposición de 1937. El edificio, rodeado de amplias columnatas revestidas de piedra blancas y relieves en bronce, debió alojar los más variados usos y acumular todo tipo de huellas y cicatrices en cada cambio de destino. El palacio está formado por dos alas destinadas a exposiciones que, actualmente, funcionan de forma autónoma: el Palais de Tokio a secas -en el ala oeste- y el Musee d’art Moderne de la Ville de Paris-al este.
El Palais de Tokio viene a ser un “lugar emergente destinado al arte contemporáneo” que desarrolla muestras y actividades continuas en una suerte de proceso non stop. En 1999 las autoridades ministeriales emprendieron la última reforma del edificio, encargando a Lacaton y Vassal las adaptaciones necesarias para el nuevo destino.
Los arquitectos de Bordeaux optaron por mantener las trazas de las reformas anteriores incorporando algunas mínimas intervenciones. Alejado del lujo y la pirotecnia que suelen exhibir los nuevos centros de arte, el Palais de Tokio logro conquistar una atmosfera de plaza pública, o galpón ocupado, hecho con solvencia, rigor y un descaro casi anti compositivo.