El primero de los 5 clubes proyectados por Mélnikov en Moscú. Fue realizado por encargo del sindicato de trabajadores del transporte, al igual que los garajes de la calle Bajmetiévskaya y Novoriasánzkaya.
La imagen de este club obrero es uno de los iconos internacionales de la vanguardia rusa de los años ’20 y es considerado una obra emblemática del movimiento moderno. Una escultura habitable que transfigura una estructura utilitaria en un templo del proletariado. Concentra en su diseño los principales elementos característicos del estilo personal de la arquitecto: volúmenes primarios ensamblados en la estética del romanticismo francés del SXVIII, el triángulo y la diagonal visibles tanto en planta como en volumen, la tensión entre dinámica y estática, la simetría, la ausencia de fachada, el expresionismo y simbolismo directo. Los obreros moscovitas le llamaban “la fonola”. Su forma escarpada puede rastrearse en recursos arquitectónicos de las construcciones antiguas rusas.
El “Club Obrero” es uno de los principales programas en arquitectura de la Unión Soviética, con un concentrado contenido político social y cultural.
En este club Mélnikov experimenta con lo que sería otro de sus aportes principales: la arquitectura móvil y transformable, en la cual fue uno de los pioneros del SXX. El 70% del volumen del edificio es ocupado por una sala de espectáculos para 1100 espectadores la cual puede ser a su vez subdividida bajándose pantallas móviles en seis salas menores independientes, gracias a la volumetría peculiar del edificio. Se generan así de una sola gran sala seis. Tres salas en altura, las cuales se reflejan al exterior en los tres volúmenes volados hacia la calle Stróminskaya, dos salas laterales y la platea baja.
Las dos escaleras están contenidas en los triángulos residuales entre las tres salas en voladizo y son completamente vidriadas. En la noche , que en Moscú durante los largos meses de invierno comienza a media tarde, se produce un efecto de linterna, invirtiéndose la relación figura-fondo, vanos-llenos del edificio.
Mélnikov afronta los programas planteados con una actitud peculiar. Será para él verdadera arquitectura solo si se logra una solución única y “artística”, con un sello personal. Un edificio que impacte y transforme al percibirlo y al usarlo. A su vez responde a las condiciones funcionales transformándolas y llevándolas más allá de sus límites convencionales. En términos actuales la suya podría ser llamada arquitectura “sustentable”. De hecho el complejo y crítico contexto socio-político y económico de los ’20 en Rusia, requería de la creatividad de los profesionales para proyectar edificios construibles a pesar de la gran escasez de materiales y recursos. Las propuestas de Mélnikov exploran en ese sentido el modo de reducir al mínimo el costo del m2 y de explotar al máximo su utilización en el espacio y el tiempo. Al transformarse en varias salas más pequeñas se evita que la gran y única sala tradicional quede vacía la mayor parte del día y de la semana, toda vez que permite actividades con menor concentración de público, las cuales se daban cotidianamente en los clubes obreros.
Un importante rol compositivo juegan las escaleras exteriores desde la vereda hasta el primer nivel. Mélnikov usó también un recurso similar en el Club Obrero Káuchuk. Estas escaleras exteriores se inspiran en la arquitectura rusa del SXVII. En los clubes proletarios son utilizadas además, junto con el balcón exterior al que sirven, como tribunas para mítines y festividades políticas, eventos que en la cultura comunista eran esenciales y se consideraban imprescindibles.
El edificio oficia en sí mismo de propaganda, como una gran pancarta proletaria. En las paredes suspendidas de los tres volúmenes proyectados hacia afuera se lee en alto relieve en el revoque: “Poder del proletariado”, “Sindicatos-Escuela de comunismo”, “Unión de trabajadores municipales”. Estas frases de propaganda política e ideológica fueron profusamente utilizadas por los arquitectos de la vanguardia soviética. Los arquitectos vanguardistas se permitieron esta suerte de ornamentación tan esencial al modo soviético. Lejos de sentirla un “delito” en el sentido de Loos, era parte esencial de la arquitectura “parlante” del proletariado.
El Club Obrero Rusakov es un auténtico “condensador social”, un artefacto que parece aterrizado en el territorio moscovita, venido desde el futuro perfecto del comunismo para jalar a la clase de vanguardia, el proletariado hacia adelante. Según Mélnikov la sensación que transmite el edificio es la de un “músculo tensado”. Existen otras simbologías a través del uso de los materiales y terminaciones exteriores. La parte “trasera”, la del vértice del triángulo en planta es en ladrillo visto, símbolo de la tradición y el pasado, la delantera en revoque blanco y gris, puro y moderno.
Mélnivok escribió de su club: “El Rusakov ha de ser un saludo festivo a la Belleza, un impulso dirigido al futuro”.
Texto: Marcel Blanchard