El predio a orillas del rio Spree, en el centro urbano de la capital alemana, fue elegido por la Cancillería holandesa para ubicar la obra en un paisaje familiar: de agua y canales. El edificio es una composición de dos piezas: un cubo traslucido y una placa de oficinas que lo rodea en dos de sus lados. El cubo central es mayoritariamente de cristal, con nervaduras de aluminio de 27 metros de largo, y su circulación espiralada remite al interior del Guggenheim neoyorquino o bien, al Pabellón Holandés que MVRDV planto en Hannover en el año 2000. El despacho del embajador tiene vista al río Spree, lo mismo que el gimnasio para los diplomáticos.
Y en ese detalle se puede medir cómo esta obra marca a la ciudad por partida doble, en términos urbanísticos e históricos.
Como si se tratara de la elegante venganza de un esgrimista, el revolucionario arquitecto holandés puso su marca en una ciudad a la que le venía criticando sus principios urbanos. Desde OMA, explican que el proyecto de la embajada exploró «una combinación de obediencia (llenando el perímetro de la manzana) y de desobediencia (edificando un cubo solitario) ». Quizá, el mayor atrevimiento de Koolhaas sea haber construido una obra de catalogo de la arquitectura holandesa actual que, a la vez es un manifiesto contra los principios urbanísticos dominantes de Berlín. Como si esto fuera poco, la embajada es vista como una «ciudad dentro de una ciudad».
Fuente: Guía 2010