Los restos de la antigua ciudad hispanomusulmana sugerían un diálogo con quienes mil años antes la habían concebido y construido, pero también con el paciente trabajo de los arqueólogos y con el paisaje agrícola circundante, al que la geometría de las ruinas otorgaba una inesperada cualidad abstracta.
Ante una extensión de tal amplitud, que aún espera ser excavada, decidimos actuar como lo haría un arqueólogo: no construyendo un nuevo edificio, sino encontrándolo bajo tierra, como si el paso del tiempo lo hubiera ocultado hasta el día de hoy. De esta forma, el proyecto descubre la planta de un museo subterráneo, que articula sus espacios en torno a una secuencia de llenos y vacíos, áreas cubiertas y patios que guían al visitante en su recorrido.
El nuevo museo arqueológico establece casi imperceptiblemente un permanente diálogo con la arquitectura y el paisaje de la antigua medina árabe. La planta de doble cuadrado del museo se hace homotética con la de la ciudad, los jardines evocan la geometría abandonada de una excavación, los muros de hormigón y las cubiertas de acero cortén reflejan en el blanco y el rojo los colores con que originalmente estuvieron estucados los muros de la ciudad califal. La luz, la sombra, la textura, el material, abstraen la riqueza perceptiva que transmiten las ruinas arqueológicas.
El museo de Madinat al-Zahra aparece en el paisaje silenciosamente, como si hubiera sido encontrado bajo tierra, del mismo modo que a lo largo de los años continuará ocurriendo con los restos de la antigua ciudad de los califas omeyas.