“Estoy solo pero no solitario. Estoy protegido del estrépito de la gran ciudad por la vastedad interior de lo individual. Ahora tengo 77 años, estoy en casa, en el silencio de las profundidades de la memoria de un pasado distante” Miélnikov. Moscú .1967 Construida a finales de los años 20 es la primera y última casa unifamiliar en el Moscú comunista. Fue uno de los proyectos pioneros en casas unifamiliares del Movimiento Moderno en Europa. El arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa la definió en 1996 como la “Casa Icono”, título que utilizó de hecho para su clásico libro monográfic en donde escribió: “La Casa Miélnikov es un objeto profundamente conmovedor envuelto en un halo de fe y tragedia”… “combinación de presencia icónica, de optimismo utó- pico, de tragedia y melancolía “… “En su impacto metafísico y su carácter instrumental, la Casa Miélnikov puede ser comparada con solo unos pocos proyectos y edificios realizados de la modernidad, como la casa Josephine Baker de Adolf Loos (1928), la Casa de Vidrio de Pierre Chareau (1928-32), la Casa Malaparte de Adalberto Libera y Curzio Malaparte (1938-40). La combinación de su fuerza arcaica y utopismo, de clasicismo revolucionario y vanguardismo, en la base conceptual de la Casa Miélnikov, compensan la carencia de estética y sofisticación técnica que caracteriza a otras piezas maestras de la modernidad”. Es una casa construida en base a dos volúmenes cilíndricos de diferente altura (dos y tres niveles) encastrados en un cuarto de circunferencia, sector en el que se ubica una escalera caracol. En planta es algo tan sencillo como un “8”. Pero en la realidad tridimensional es una construcción insólita de una presencia extraordinaria. Brillante y dramática como la misma historia de la URSS. Fiel a su estilo la volumetría diseñada por Miélnikov es contundente y exclusiva.
Alude a la arquitectura utópica francesa de Boullé y Ledoux. Miélnikov diseña volúmenes puros y paralelamente visualiza las funciones interiores. Este método proyectual genera unos edificios potentes en su forma y a su vez con espacios residuales dudosos. Como sucedería con las obras más contundentes de Mies Van der Rohe, la fuerza sencilla y única del proyecto genera también su debilidad; y viceversa. Miélnikov a través del el cilindro expresa su hostilidad hacia los volúmenes cúbicos preferidos por otras corrientes de la vanguardia y asociados por el con la regimentación disciplinaria. Según F. Starr, utiliza los cilindros como Bentham pero en sentido contrario, expuestos hacia afuera, más que concentrados al interior y comparados con el autoritarismo del Panopticón los suyos son una apoteosis de un anarquismo auto regulado. El cilindro que da a la calle es iluminado por un gran ventanal que los secciona en vertical mientras que el posterior posee cerca de 80 ventanas hexagonales que dan una iluminación compleja que varía sensiblemente con el paso del día, como una suerte de reloj solar de acondicionamiento lumínico natural. Miélnikov en su vivienda hace un culto por momentos obsesivo, de la luz, la ventilación y la higiene, elementos que consideraba vitales al diseño arquitectónico. Aplicó originales métodos constructivos que podrían calificarse de low-tech. En esos años la carencia de materiales de construcción era endémica en la URSS y el arquitecto extremó su inventiva para poder construir con mano de obra sin ninguna especialización técnica moderna y costosa. Utilizó tecnologías tradicionales campesinas rusas en madera diseñando la estructura para los pisos con placas de madera trabadas en trama. Para las paredes recurre a la antigua tradición de las iglesias urbanas ortodoxas rusas, utilizando ladrillos en superficies de revolución, estucados en blanco. Redujo enormemente los costos constructivos. En su casa se mezclan el purismo del clasicismo romántico francés, su pasión por la construcción tradicional rusa y la búsqueda utópica de nuevas formas y espacios arquitectónicos. Siendo un icono de la vanguardia soviética y de la arquitectura moderna internacional, la casa se nutre de la tradición clásica, y recuerda los silos estadounidenses, así como las catedrales rusas que se implantan como volúmenes en las aldeas y ciudades, como un objeto independiente de la trama preexistente. En varios aspectos la casa es muy cercana en espíritu a las residencias del Moscú del SXVIII. “Arquitectura es cuando puedo decir: esto es mío”. Su propia casa es un ejemplo de su particular punto de vista.
Como todas las principales obras de Miélnikov en la década de 1920 en Moscú, tiene un efecto peculiar en cuanto a la escala: parece más chica de lo que realmente es. Miélnikov prestó siempre gran atención a la capacidad del arquitecto para manipular la percepción de las escalas de acuerdo a criterios premeditados. Realizó experimentos de este tipo con sus alumnos en los cursos de la Facultad de Arquitectura de Moscú. En el “frontón” de la entrada, coloco en bajo relieve su firma profesional en un acto deliberado de desafío al colectivismo reinante en la sociedad soviética. La mayoría de los proyectos se realizaban en equipos y el nombre del arquitecto autor no tenía la trascendencia social que en los países Occidentales. Pero más provocativo aún y riesgoso en el contexto sovié- tico fue el mismo hecho de diseñar una vivienda unifamiliar contrapuesta a los experimentos de vivienda colectiva que entusiasmaban a la sociedad soviética en la década de 1920. Friederik Engels en su famoso libro había denunciado a la Familia, como una institución transitoria, ya retrógrada y caduca, al igual que la propiedad privada y el estado. Y el arquitecto apostó a una vivienda unifamiliar en una jugada valerosa en el gran e imprevisible juego del ser o no ser en los años de Stalin. Miélnikov se afirma en un individualismo feroz en medio de una marea colectivista.
Ese será su drama personal y profesional como arquitecto, dentro del inmenso drama de la historia rusa del SXX. La casa constituye una simbólica propuesta utópica anti-urbana, una propuesta para casas rurales del futuro.
Texto: Marcel Blanchard