Esta catedral, también llamada de la Intersección fue mandada construir por deseo de Iván el Terrible. Es atribuida tradicionalmente a los maestros Bárma y Pósnik aunque especialistas consideran que se consideraba de una misma persona. Constituye el edificio más significativo y emblemático del arte moscovita y de toda Rusia. Se encuentra cerrando parcialmente el lado sur de la Plaza Roja. Se realizo para conmemorar la victoria sobre los Tártaros de Kazán después de siglos de sometimiento. Y lo hizo con una simbología tan compleja como transparente: cada una de las ocho capillas que la constituyen, está dedicada al santo del día en que tuvo lugar una acción bé- lica destacada en la guerra de liberación y expansión de Rusia contra el dominio Tártaro-Mogol. De este modo, actos de guerra en los hechos extremadamente violentos y cruentos se eternizaron de modo heroico a través de la belleza de la arquitectura. Toda la edificación simboliza la Jerusalén Celeste, y por cierto logra alcanzar alturas increíbles de imaginación y encanto. Esta catedral se ha convertido en el símbolo mismo de toda Rusia. Su imagen se asocia con historias terribles y maravillosas como la Rusia misma. En los años de la Guerra Fría su solo contorno en la tapa de un libro, connotaba para gran parte del mundo occidental y cristiano, lo prohibido y lo temido.
Hasta hace no muchas años aunque parezca ya lejano era utilizada en occidente como el icono del reino del mal y del centro de la conjura roja internacional.
Para los rusos era sin embargo todo lo contrario. Hoy es sin duda una de las imágenes arquitectónicas más fuertes, en cuanto a lo que representa, de la civilización actual (en mismo sentido que la Torre Eiffel, La Gran Muralla, las Pirámides de Egipto, etc.). Para cualquier habitante del último rincón del país más extenso del mundo sigue siendo el centro del corazón de su patria: Rusia. Se dice que las cúpulas representan los turbantes de cada uno de los Khanes derrotados en esta campaña militar de Iván el Terrible. La disposición de estas es sorprendente por el número, sus formas y colores de alucinación, de fantasía y gusto pictórico poco usual, que sin embargo, aunque sea muy difícil percibirlo, posee una rigurosa simetría y pureza plano-volumétrica. En el centro se alza la torre, en forma de piña coronada por una pirámide y rematada en una cupulilla dorada en forma de cebolla que sostiene una cruz muy esbelta. Alrededor irradian nueve capillas que poseen otras tantas torres de forma octogonal, con cubiertas en forma de piña o cebolla, todas diferentes pero siempre en el típico modo ruso: cúpulas en bulbo, con clara influencia bizantina adaptada al largo invierno de modo que la nieve deslice hacia abajo sin casi depositarse. Una azotea a la que llegan dos elegantes escaleras une un cuerpo único de pequeñas capillas, de las ocho que están dedicadas a los santos mencionadas de los días de victoria Iván el Terrible y la novena evoca la entrada de Cristo en Jerusalén. La decima, en la parte norte, hacia el centro de la Plaza Roja en la entrada, fue añadida en 1588 sobre la tumba de Basilio. El interior de la catedral presenta un curioso y variado juego de perspectivas y piedras policromadas, que crea un ambiente recogimiento. La planta es de acuerdo a los cánones bizantinos, una cruz inscripta en un cuadrado, con sus brazos dirigidos hacia los cuatro puntos cardinales. La capilla mayor sirve de soporte a las cuatro capillas menores, con las referidas cúpulas de cebolla sostenida sobre trompas. En los muros pueden verse frescos del siglo XVI de altísima calidad y valor artístico. Las galerías y los pasajes interiores están decorados por motivos vegetales y fantásticos, realizados en el siglo XVII que simbolizan el Paraíso. La cohesión de las ocho capillas con sus cúpulas en torno a una central (la de la cúpula piramidal) tiene como consecuencia un magistral efecto, único en su género: mientras el espacio interior se articula en una sucesión de ámbitos centrales cerrados y muy verticales, la superficie de fachada exterior se ve aumentada y multiplicada, por una serie y aproximación de varios volúmenes ininterrumpidos creando una sensación de variedad en la simplicidad y diversidad en la unidad, ofreciendo amplias posibilidades visuales y perceptuales, aumentando esto por su heterogénea decoración exterior. Las combinaciones más insospechadas se unen según principios estrictamente decorativos, de forma que la iglesia resulta una extensa fábula sobre la piedra que relata citas del arte popular ruso. La Catedral de San Basilio contiene en todo su esplendor el racionalismo occidental unido a la magia terrible y fascinante del oriente tártaro-mogol y por eso representa tan profundamente el alma misma de Rusia y del pueblo ruso.
Toda evolución arquitectónica posterior de Moscú está en al fondo influenciada por esta tradición regional que es el corazón de la identidad rusa y se materializa en la San Basilio. Aunque parezca difícil de creer se puede encontrar aún en expresiones del más rupturista de los movimientos arquitectónicas rusos: el modernismo internacional de los años ´20 y ´30. AL respecto, el explosivo temperamento de uno de los grandes genios arquitectónicos del siglo XX, Konstantín Miélnikov, se nutre de manera más o menos consiente de esta tradición. Un ejemplo claro de estas tradiciones constructivas lo constituyen las ventanas de las escaleras que por alguna extraña y desconocida razón los rusos construyen desde siempre de un modo muy peculiar que recuerda la forma de dibujar de los niños la ventana. El cuadriculado del vidriado se inclina y deforma en paralelogramos acompañando literalmente el “subir” de la escalera. Este curioso recurso puede rastrearse en todos los estilos, sin excepción, que se han sucedido en Rusia desde sus inicios hasta nuestros días. En los últimos años el gran centro de Moscú se ilumina en un festín de luces que resaltan uno a uno los edificios más prominentes de la ciudad y los principales puentes y arterias creando un efecto avasallante y espectacular. En particular la catedral de San Basilio, rodeada por el empedrado inacabable de la Plaza Roja, iluminada cinematográficamente, deja en el nocturno paseante extranjero y en el ruso que viene de lejos a Moscú, esa sensación de suspensión, de realidad fan- tástica, de irrealidad material, de cuento mágico infantil, a tal punto que puede terminar dudando si el edificio existe verdaderamente donde se lo está viendo, piedra sobre piedra o es producto de una alucinación inducida por shamanes siberianos. Esta sensación se multiplica en las largas noches de invierno, cuando la nieve cae flotando a su alrededor como en los antiguos y populares adornos de vidrio esférico con motivos navideños. Cuenta la leyenda que una vez concluida la mágica catedral, Iván el terrible quedó fascinado por su belleza, mandó entonces llamara a los maestros arquitectos que la habían realizado y les preguntó en tono enigmático si eran capaces en lo futuro de realizar una catedral aún más bella. Entusiasmados le contestaron que si, entonces el zar mandó que les fueran quitados los ojos. Así ninguna catedral en Rusia sería más bella que la construida por él, San Basilio en Moscú.
texto: Marcel Blanchard