La Torre Einstein es una de las obras más aclamadas del llamado movimiento expresionista, que floreció en Alemania y Holanda en los años inmediatamente anteriores y posteriores a la Primer Guerra Mundial.
El término “expresionismo” es bastante impreciso y sirve para identificar obras caracterizadas tanto por sus formas angulosas como puntiagudas, o curvilíneas, a menudo definidas como “antirracionales”, y también para sugerir que tales formas expresan un cierto estado emotivo, a menudo exacerbado, de una teoría que Wilhelm Worringer sostenía en su libro “Abstracción y Naturaleza” publicado en 1907. La evolución de Erich Mendelsohn estuvo sometida a dos influencias principales.
En primer lugar la obra e ideas del principal representante belga del Jugendstil, Henry van de Velde, que creía que los edificios y el mobiliario debían ser concebidos como organismos vivos que expresasen el equilibrio entre sus fuerzas internas a través de su estructura; una posición próxima a Antoni Gaudí.
Y en segundo lugar, la del colectivo Jinete Azul, grupo de artistas a quien conoció en 1911, con ocasión de una estancia en Múnich.
La aproximación intuitiva de éstos a la creación de formas tenía connotaciones cósmicas y el más influyente de entre sus miembros, el artista ruso Vasíli Kandinsky, era un gran defensor de la abstracción como expresión de valores espirituales.
Las primeras manifestaciones de las ideas de Mendelsohn se produjeron tal vez en la circunstancias menos apropiadas: luchando como soldado en la trincheras de la Primer Guerra Mundial.
Los bocetos allí realizados plasmaban las formas elementales de una serie de edificios -un observatorio, un estudio de cine, una estación ferroviaria-, mediante unas pocas líneas caligráficas que sugieren la continuidad de un único e ininterrumpido pulso formal, expresado en lo que a él le gustaba llamar una forma “dinámica”.
La primera oportunidad que se le presentó para realizar estas ideas no pudo ser más apropiada: la Torre Einstein era un observatorio encargado por el eminente astrofísico Erwin Finlay-Freundlich, y, como su nombre indica, fue pensado como un monumento a la teoría más revolucionaria de la ciencia moderna.
La relación entre masa y energía postulada en la teoría de la relatividad reforzó la convicción de Mendelsohn de que la Modernidad debía expresarse mediante formas dinámicas.
Si los primeros bocetos para la Torre carecían de la fuerza de sus estudios de guerra, éstos rápidamente dieron paso a dibujos pensados para transmitir la sensación de que la torre se desprendía de su masa en un impulso de elevación sobre el paisaje, como una extraña planta o formación geológica.
No obstante, a juzgar por las reacciones de sus contemporáneos, esta interpretación parece haber pasado desapercibida salvo para el círculo próximo al autor.
Las formas inclinadas e inestables se hacían posibles gracias al hormigón armado, aunque el edificio final, para gran decepción de Mendelsohn, sufrió ajustes presupuestarios que obligaron a combinarlo con grandes superficies de ladrillo revestido.
El armazón funcional del edificio -un faro vertical para alojar un instrumento solar, conocido como Coelestat, que refleja los rayos del Sol hacia el interior de un laboratorio subterráneo horizontalesta- estaba determinado por los requerimientos científicos, pero Mendelsohn disfrutó de una gran libertad para desarrollar los espacios que lo rodeaban.
Las formas que creó parecen haber sido azotadas por una fuerza invisible, dando la impresión de un edificio en movimiento.
Convencido de que la ciencia y la industria podían ser fuentes de energía cultural, Mendelsohn veía en la Torre una demostración de la capacidad de la máquina para convertirse en el “elemento funcional de un nuevo organismo vivo”.