Le Corbusier proyecta su propia sepultura en 1955, situada al pie de un alto ciprés. La tumba consiste en una simple y discreta lápida horizontal sobre la cual sobresalen dos volúmenes de hormigón; un cilindro hueco, utilizado como maceta; y un prisma sólido y anguloso, donde se inscriben en colores los epitafios.
Texto extraido de la Guia de Viaje del 2015