La Sagrada Familia, el templo expiatorio del ensanche de Barcelona del que Gaudí se hiciera cargo a los 31 años y hasta la fecha de su muerte a los 74, representa su máxima ambición arquitectónica, un campo privilegiado para la fundación de la iconografía nacionalista y un auténtico laboratorio en el que el arquitecto experimenta largamente los artificios que recorren toda su obra.
La Sagrada Familia es, en tanto que proyecto de monumento, un territorio privilegiado para el accionar de los discursos nacionalistas catalanes. Surgida en el entorno de los grupos católicos integralistas ligados al monasterio de Montserrat, la iglesia fue incorporada poco a poco -y no exenta de contradicciones con posterioridad, al imaginario conservador y catalanista del 900 diluyendo las huellas originales de la que el propio Gaudí es deudor y sustituyéndolas por nuevas mitologías mas operativas en el terreno político.
En 1882 fue colocada la primera piedra dando inicio a la obra según el proyecto de Francesc de Paula Villar, un arquitecto ligado a los círculos eclesiásticos.
Del proyecto neogótico, gigantesco y convencional se iniciaron las cimentaciones y la cripta bajo la cabecera.
En 1884 y tras la renuncia de Villar, Gaudí asumió la dirección de los trabajos culminando la cripta, el portal de la natividad y modificando sucesivamente el proyecto original de Villar, tema del que dejarán constancia los croquis de Rubió, tanto como los apuntes y modelos de yeso ejecutados bajo la supervisión del propio arquitecto.
Foto: http://bit.ly/1EeANo0 En la cripta, Gaudí modifica el sistema de acceso interior ubicado sobre el eje de la nave introduciendo las dos escaleras circulares a los lados, altera la solución de la capilla central aislándola e introduciéndole luz cenital, y finalmente, incorpora el foso perimetral que posibilita iluminar el anillo de capillas exteriores.
El deambulatorio -el lugar por el que se mueven los hombres- permanece oscuro y las capillas –inaccesibles- iluminadas; el fosado altera, además, el punto de contacto de la inmensa mole con el suelo, que ahora parece surgir de las propias profundidades de la tierra. Por un lado ahuecar, por otro concentrar las enormes cantidades de masa sobre los perímetros, la estrategia se repite en las torres de la fachada de la natividad, como también en el interior del Colegio de las Teresianas y el axis mundis del Palau Güell. Luego aislar, separar, proteger, es la misma función que cumple la reja en torno a la pilastra con la genealogía de Cristo, el rosetón -que apenas deja transparentar un amasijo de figuras humanas-, y el cuerpo perimetral más bajo que rodea el foso de la cripta y el resto de la obra.
La arquitectura de Gaudí coloca filtros vedando los signos a la vista y el tacto, as.
mantiene intacto aquello que no debe ser profanado; pero a la vez, una tentación por recuperar un símbolo absoluto –donde rituales y sentido deben convergerrecorre la obra de Gaudí, y en las masas viscosas queda contenido el balbuceo de aquello inexpresable pero intuíble. Si la masa está -en este sentido- en proceso de cristalización como forma, los gigantescos moluscos y fragmentos de naturaleza que la cubren, evocan que el objetivo a conquistar se ha iniciado desde las propias entrañas de la tierra. En fachada, una tortuga sostiene la columna cómo otras tortugas han sostenido otras tantas moles a lo largo de la historia de la arquitectura, el sacrificio es necesario para la conquista de la redención que siempre reclama el martirio del cuerpo y el alma.
La Sagrada Familia signa dentro de la biografía de Gaudí la transformación del arquitecto mundano y de brillante actividad social, en el asceta y místico que rechaza todo tipo de encargo para dedicarse exclusivamente a la “catedral de los pobres”. Que se autoimpone prolongados ayunos y abandona su casa en el Park Güell para instalar su modesto mobiliario en la oficina de la obra y acabar ganando una insólita fama de beato. Desde aquí, tal vez, los efectos que Gaudí busca en la materia de su arquitectura, a partir de someterla a esfuerzos límites, sea paralela a aquellos impuestos al propio cuerpo, y los objetivos divinos perseguidos, también sean comunes: el mito es del romanticismo.