El papa encomendó la decoración de la bóveda a Miguel Ángel, quien debía representar el prólogo y el epílogo de la Humanidad: La creación y el Juicio final.
El encargo consistía en pintar en las lunetas las figuras de los doce apóstoles, y en el techo algunas figuras decorativas.
Miguel Ángel propuso al papa recubrir de pinturas toda la bóveda.
Las escenas bíblicas van surgiendo en la bóveda como visiones celestiales; las figuras de las sibilas, y de los profetas, los asombrosos ignudi, representan la más pura concepción de la técnica de dibujo de los florentinos, aliada aquí a la monumentalidad romana: es la culminación del renacimiento y la más completa expresión del genio de Miguel Ángel.